lunes, enero 15, 2018

Decisiones, decisiones

No siempre tomo las mejores decisiones. Sin embargo, me esfuerzo en tomarlas pensadas, estudiadas, meditadas y sopesadas. Es importante hacerlo porque sostengo el principio de que somos producto de nuestras decisiones, así que tomarlas así al azar haría un producto, bruto. O sea que las decisiones a lo pendejo no son precisamente lo mío, que cabe decir, no es lo mismo que las decisiones pendejas, esas siempre están por más que uno les quiera dar la vuelta.
Hace un par de meses más o menos tome una decisión, pensada, estudiada, meditada y sopesada. La tomé incluso en conjunto, no la tomé yo sola y mi perro y yo coincidimos en que era una gran idea, sólo que tendría un costo alto, costo que sin embargo estábamos dispuestas a pagar.
Ahora no lo sé. Mientras más pasa el tiempo más me cuesta trabajo estar lejos. En vez de acostumbrarme el síndrome de abstinencia familiar crece y se vuelve más y más complicado estar lejos. También pienso en cómo es que llegué aquí si creo fervientemente que quien se aleja de la familia es un miserable que no merece vivir. Oportunidades hay muchas pero tomar la decisión de alejarte y vivir lejos de tu familia es como… como renegar de todo lo que eres. Si tienes una familia, de sangre, de opción, de gusto o yo que sé, es una bendición y no hay nadie mejor para estar contigo y para entenderte sin explicaciones, irte es medio ruin. Pero aquí estamos, en ese inter de ser medio ruin a 4 horas de distancia de mi familia y pensando que quizás cometí tremenda estupidez.
Puedo estar en las emergencias, en los cumpleaños, en los días importantes y hasta en la celebración de la nada y de la buena voluntad, pero no tengo ese ímpetu de salir de la oficina para ir a mi casa. Ni puedo pensar en echarme unas chelitas con mi hermano ahorita que llegue, o en pasar a ver a mi mamá e igual zamparnos una pizza de Julius. Y eso me jode. No sé como no le jode a otra gente, como los que están a horas en avión, no podría vivir esperando que me llamen con alguna mala noticia y no saber si tendré tiempo de llegar o no. Sí, se siente uno miserable.
Me casé porque quiero a mi Castor, porque me encanta pasar tiempo con ella y planear noches de cita que terminan en palomitas en el sillón de la casa porque los niños se comieron todo nuestro tiempo. Y de pronto estoy en esta situación de divorcio voluntariamente a fuerza en el que nos vemos los fines de semana y no es suficiente. A veces vernos todos los días no es suficiente, nos faltan abrazos, risas, besos, apapachos, plásticas, dilemas, polémica, intercambio de datos útiles e inútiles y de pronto nuestra vida de casadas se reduce a un 20%. Es muy difícil y obviamente me lleva a pensar si de verdad lo hablamos lo suficiente, si lo pensamos lo suficiente, si esto es para nosotros o realmente somos una familia que no puede estar separada porque físicamente se empieza a descomponer, como las cosas fuera del refri.
Me da gusto pensar que somos una familia unida y que nuestros objetivos y metas son estar juntos y superar todo juntos aunque a veces no se pueda. Pensaré que es como una época de crisis en la que te cuesta trabajo pagar las cosas, pero quizás después todo se acomode para que no cueste tanto trabajo cubrir las cuotas, y de no ser así, de empezar a embargarnos los sentimientos, a tener que hipotecar las sensaciones y a vender los restos de nuestro espíritu para cubrir los costos de este proyecto, entonces sabremos que no era el proyecto indicado. Hay días buenos y malos, hoy no fue el mejor, esperemos que mañana todo mejore y que cada cosa que pase sea para bien de todos, para bien del Cas, para bien de los monstruos, para bien de nuestros adorables vecinos, para bien de nuestro equipo incondicional y para mi bien. Y en el momento en que no se cumpla el bien de todo ese grupo la decisión sea una de las más fáciles de tomar, recular y como diría timbiriche, volver a comenzar.



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