viernes, diciembre 24, 2021

Feliz navidad. Menos a ti.

Esta navidad es por mucho diferente. Apenas la segunda vez en 39 años que la paso fuera de la ciudad, o lejos de la familia – de una parte, al menos. Primera en la playa, primera con calor, en shorts, con cerveza… Será la primera de muchas sin ellos. Sí, el 2021 se cagó en cada una de mis ilusiones, la hizo y la hizo bien, si no tuviera trabajo probablemente me habría aventado del periférico. Lo único bueno que ha traído (no me quiero adelantar con el trajo) este año de mierda fue el trabajo de mis sueños, porque de no ser por eso, podría tomarlo, hacerlo rollo e introducírselo al universo por donde mejor le cupiera. Sí, yo voy por la vida normal, porque nunca he sido de las que va como Magdalena por la ahí, pero eso no quiere decir que no me moleste, que me enerve, que me haga crispar los pelos, que me duela. Este año, mientras todos estábamos esperando que las cosas fueran mejorando, después de la pandemia, de la economía, de la crisis, del peje, este año me vio muy sentada en el sofá, muy feliz con mis hijos y mi cervecita y dijo: ¿por? Al carajo la felicidad, y me quitó a una de las personas más importantes de mi vida. Me cagué bien cagada, por un par de días pensé que no la libraba, y como todo en la vida fue pasando el tiempo, me fui auto “terapeando” y la libré -hasta hoy- y en esas andaba cuando el universo dijo: me parece que se está acomodando otra vez, mejor que le quite otro flotador en su vida. Y así se sintió, imaginen que estaban nadando con, supongamos, 4 flotadores, uno en cada extremidad, entonces vino este hijo de puta y me quitó el del brazo derecho. En principio me fui del lado, me hundí, me asusté, tragué agua, menté madres y con el tiempo, aprendí a nadar con los tres flotadores que me quedaban y el brazo pelón. Ahí estaba feliz, me atrevo a decir orgullosa porque había aprendido a nadar sin un flotador, cuando no sólo estaba acostumbrada, lo necesitaba, lo quería, no esperaba que me lo reventaran. Estaba acostumbrándome a estar renga en el agua y seguir nadando cuando el muy cabrón del titiritero jaló una de sus cuerdas en su eterno y pastoso aburrimiento y me reventó otro flotador. Acto seguido me hundí, menos porque ya le sabía a eso de que te quiten tus soportes, volví a tragar agua y mentar madres, mi cuerpo antes que mi mente empezó a nadar sin el flotador que faltaba, ya se la sabía, mi cabeza por otro lado sólo actuaba por inercia.

Me pregunté y me sigo preguntando la misma pendejada “¿por qué?”. Hombre… porque sí, porque no somos más que el producto del sueño de un genio maligno. Y siguiendo un poco a Galileo: “y sin embargo se mueve.” Yo me muevo, the show must go on. ¿Yo detenerme? Habiendo tantas cosas buenas en esta maldita vida. El universo se empeña en hacerme sentir mal, pero se le fue que se llevó grandes personas, personas que sabían lo que hacían y sabían disfrutar de lo bueno, personas que saldrían del fondo de la tierra y me darían dos ostias si me detuviera, personas que agradecen y aplauden que siga adelante, que sigamos, y no sólo adelante como autómatas, adelante felices.

Estoy en la playa el 24 de diciembre tomando mi cerveza favorita, a punto de comer como los reyes y con personas que hacen cada uno de mis días más afable, más divertido, más llevadero, más respirable.

Faltan… faltan y faltarán personas, pero estoy bien sólo por esta razón; a ese universo hijo de perra que le pareció fantástico bajarme los brazos mientras estaba recargada en ellos, a ese le digo: te lo dije una vez y te lo repito, si tu malnacida mala vibra y tus ganas de joder vinieron para quedarse voy a hacer que paguen renta. Y cágate porque este año subió.

¡Feliz Navidad! A ti no cabrón. Tú come mierda.