martes, marzo 29, 2011

Sólo pienso en ti



Ya me había tardado en subir esto. Hace tiempo que una canción no me cambiaba tanto el humor. Casi siempre asociamos las canciones con la vida amorosa, al menos yo lo hago. Dedico, incluso compongo canciones siempre para la pareja, las mejores son las de break up, pueden pasar años y el oldies but goodies te indica enseguida el soundtrack de un rompimiento y casi, hasta cómo sucedió. Como por ejemplo; Una Confusión de LU, Hasta que me olvides de Luis Miguel, la infalible Me cuesta tanto olvidarte de Mecano y a veces una tipo Por tu maldito amor con el Chente. La diferencia es que ahora te causa gracia.
También están las canciones de comoamomifelicidad, nadieesmejorquemibombón y todo eso. Son más frescas, provocan una sonrisa y lo que llamo ahora un síndrome de extrañamiento. Como Sólo pienso en ti de Bosé, Lo mejor de mi vida eres tú de Ricky Martin, Nadie como tú de Presuntos… y alguna otra melosidad como  Te amaré o la clásica Te quiero de los Hombres G. Incluso unas raras como para decir, “hey, te quiero tanto que duele” como Lucha de Gigantes. Que buena… y en mis tonterías para hacer tu risa estallar. Que también aplica para uno mismo.

En fin, que hay de todo y para todos, pero las canciones no siempre se tratan de amor, ni de una pareja. Como en la prepa que nuestro soundtrack era Viviendo de noche y Forever young; rolas que hacen que me acuerde irremediablemente de mis amigos y de nadie más. O los Timbiriche con No sé si es amor, que me recuerda a mi hermano, y no por alguna razón incestuosa u otra tontería de esas, sino porque la escuchábamos mucho en el coche y de pronto se quedó como una especie de himno secreto después de que yo grité como poseída “¡que padre es ser joven!” y aquel se hizo pipí de la risa. O la famosa Procura que antes bailábamos en cualquier fiesta desde que nos encantó en ese viaje a Cuautla por el cumpleaños de Rebeca. O Partisano que me recuerda a Carlos porque siempre la ponía en los viajes y creo que el es un claro ejemplo de un partisano.

Y ahora sí vamos al punto. Creo que cuando escuchamos una canción de amor, o mejor aún, una canción que relata una historia de amor jamás se nos ocurriría pensar en alguien que no sea la pareja, pero a veces el trasfondo puede ser tan profundo que esa canción en particular te haga pensar en la persona más rara, como alguien de la familia, como tu mamá o tu abuela.

Esta canción me hace pensar en la Yaya. ¿Qué tiene que ver? Nada. La canción fue compuesta por Victor Manuel, un artista de protesta que surgió por ahí de la guerra civil española, situación que me hace pensar claramente en la Yaya. La historia de la canción no podría tener menos que ver con la Yaya y conmigo, pero esa parte de: Mmm… sólo pienso en ti… me hace recordarla. La canción la descubrí no hace mucho tiempo, justo cuando nos dieron un susto de muerte (literal) y pensé que me tenía que despedir de ella. Así que manejé tranquilamente en el coche pensando lo de siempre, que tenía que estar tranquila porque ella estaría mejor, porque no le gustaría verme mal, y mientras manejaba y usaba un kleenex, otro kleenex y pensaba todo eso, sólo iba repitiendo esa canción. Mmm… solo pienso en ti, juntos de la mano se les ve por el jardín… no puede haber nadie en este mundo tan feliz, hey sólo pienso en ti.

Creo que me la recuerda porque pienso en eso, en que siempre puedo pensar en ella, acordarme con un artista de su tierra que los momentos más felices y mágicos de mi vida -sobre todo en la infancia, me los ha dado ella y después que todo pase, podré pensar y cantar: sólo pienso en ti. Y cuando se presente ese día triste, trataré de estar tranquila y tal vez ese día cambie la canción por Un charquito de estrellas, hablaré con ella y le diré que no tiene nada de qué preocuparse, porque esta noche hay miles de estrellas y una mágica y radiante luna llena.

viernes, marzo 18, 2011

Tiempo

Lo que más caracteriza el paso del tiempo son las cosas que pasan a tu alrededor. A veces se te olvida que estás creciendo, el tiempo pasa y las cosas cambian, pero cuando de pronto dices: “ah, ya no existen las palelocas” es cuando una campanita te recuerda que has avanzado lo suficiente para dejar muchas cosas atrás, quieras o no.

De niños, asistimos a fiestas infantiles, nos gustan los payasos, los magos y nunca nos damos cuenta cuando se acaba. Puedo apostar que nadie sabe cual fue la última fiesta infantil a la que asistió, o qué edad tenía. De adolescentes viene la época de los 15 años. Ves por primera vez a tus amigos de traje y a las niñas con el primer vestido de noche, tal vez el primer escote, tal vez los primeros tacones, y claro, los primeros tragos. Al menos así era en “mis tiempos”, porque a pesar de ser una persona realmente joven, mis tiempos ya no son los mismos de ahora. A los 20’s empiezan las graduaciones, y hay una época bastante larga de estas fiestas, luego sin darnos cuenta asistimos a la primera boda. No recuerdo cuál fue la primera boda a la que asistí de alguno de mis amigos, probablemente fue la de Miriam, todavía en la universidad, pero me acuerdo que pensé, que era el comienzo de esa etapa. La etapa en la que los caminos se empiezan a dividir, las nuevas familias se forman y te conviertes definitivamente en un adulto. No obstante quedan aún varias etapas que vivir, yo ya entré también a la onda de los bautizos, y me hace sentirme más grande de lo que soy, pero feliz, porque puedo acompañar a mis amigos y mi familia en esos eventos increíbles, puedo compartir su felicidad.

El detalle aquí es que también hay etapas malas en la vida. Y no me refiero a reprobar un examen o ser despedido del trabajo. Me refiero a esa etapa que nunca ves venir y de repente se aparece, como un fantasma en la noche o un ratón en el restaurante. Más tarde o más temprano llegamos a la etapa de despedirnos de la gente que queremos. En el mejor de los casos es porque hacen su vida en otro lugar, porque la nueva vida no les permite seguir el contacto o por cualquier otra razón terrenal. En el peor de los casos la gente se nos empieza a morir.

Nunca había tenido que decirle adiós a nadie. Mi abuelo materno falleció cuando tenía 3 años. No podía entender eso y ni le dije adiós no me dolió lo suficiente. 5 o 6 años después hice un drama porque mi abuelo no estaba pero nunca entenderemos porqué pasó eso. Además, antes de hacer mi drama, yo veía a mi abuelo, sí, lo veía y a mi mamá y mi abuela se les crispaban los pelos, pero yo lo veía y no podía extrañarlo tanto. Mi abuela paterna falleció cuando tenía 11 años, además que no nos llevábamos muy bien, la relación no era cercana y yo seguía sin entender bien las cosas. Se me encogía el corazón un poco cuando veía un pollo de espuma que me había regalado, entonces platicaba con ella donde estuviera y se acababa el sentimiento. Las últimas veces que me sentí trapo fue cuando mi hermano se fue y cuando terminé una relación en la que había basado mis planes de los futuros 50 años, entonces lloré todo lo que no le había llorado al Abi, la abuela y los seres queridos de todo el mundo. Pero seguimos en el entendido que esas personas seguían por acá, y yo seguía sin despedirme –realmente- de nadie.

Cuando era un poco más joven, digamos unos 8 años atrás, mi mamá un día me dijo –porque yo siempre me quejo de las cosas malas que pasan- que Dios no te mandaba más allá de lo que pudieras soportar. Entonces yo muy inteligente, le decía: “Dios, no me quites a ninguno de mis seres queridos, porque ahora no lo puedo soportar.” Y la verdad es que no lo hizo.
Ha llegado la hora de despedirme de la Yaya, la cosa está mal a tal punto que prefiero que se “vaya” y “descanse” a que siga en ese constante dolor y hartazgo que tiene. Es difícil, te remuerde la conciencia las veces que dijiste “no puedo ir a comer” y sí podías pero tenías flojera. O las veces que dijiste: “ahora le llamo” pero se te pasó. Son tonterías, pero al final –final- son detalles que se te atoran. Cuando tienes tiempo como yo, aprovechas para decirle las cosas que nunca has dicho. “Eres la mejor Yaya del mundo”, “Te quiero mucho”, “Siempre estuviste ahí para mi” y mientras más tiempo pasa más te haces a la idea y como que lo digieres mejor. Aunque a la mera hora te ataque el espíritu de Libertad Lamarque y termines como Magdalena. Es lógico.

Todo esto me llevó a pensar las cosas malas que a partir de ahora tendré que enfrentar. O mejor dicho las cosas tristes. Me puse a pensar que si mi mamá vive lo mismo que la Yaya, sólo me quedan 20 años con ella, y se me hizo muy poco, demasiado poco. Y ahora siento constantemente el acecho del último día y quiero hacer todo a la vez. Está mal, pero esa es la sensación que se me quedó. Empecé a pensar que mi papá ya una vez nos dio un susto, que no se cuida y que tal vez no tenga con él los 20 años que con mi mamá, y tuve que hablar de cosas incomodas, de testamentos, de pensiones, tuve que tomar el control de las cosas para cuando ya no estén, porque me di cuenta, después de 28 años, que un día no van a estar.

También me di cuenta que entre la nueva etapa de divorcios y pensione alimenticias, entré a la etapa de cuidar a los grandes. Ahora mis papás, mis tíos y la Yaya no son los que me cuidan, ahora yo hago cosas por ellos, ahora yo presto el coche, ahora yo pago esto o el otro, ahora yo voy de visita y hablo con el médico y arreglo papeles y explico cosas. Esa es la nueva etapa, nos volvemos grandes, a cargo de nuestros grandes y en algún momento a cargo de nuestros chicos.  Así es la vida, pero en el momento de transición cae un poco pesado.

Mis amigos están en las mismas. Todo este delirio de escribir las etapas surgió porque no soy la única que se ha pasado los últimos meses en el hospital y sé que todos andamos en las mismas nos guste o no. Pero no estamos solos, y estas cosas sirven para darnos cuenta de ello y también para ponernos las pilas y no quedarnos con culpas y “hubieras” antes que esos grandes personajes se retiren de la pantalla. El ying yang siempre tiene razón, siempre puedes sacar algo bueno de lo malo.

Ayer me hizo el día el hecho que la persona menos esperada me ofreciera un oído y un hombro, así que en mi situación, con esta experiencia ofrezco lo mismo para quien lo necesite. A veces una chela y un silencio cómplice lo arreglan todo.


martes, marzo 08, 2011

...

La palabra “imposible” es fuerte y a mi manera de ver retadora. Imposible significa que las circunstancias no pueden acomodarse para que algo suceda y a la vez, creo que te reta a que las acomodes. Cada vez que yo escucho “imposible” lo primero que pienso es: “¿cómo chingaos no?” aunque no tenga idea de cómo lograr aquella cosa tan increíblemente difícil, que resulta “imposible”.

Sin embargo nuestro extenso vocabulario nos arroja un sinónimo que no provoca un reto, que no saca lo mejor de ti, que es más bien triste, que es “irremediable”. Irremediable me lleva a imaginar a una persona de pie, escuchando tal palabra y sentándose pesadamente mientras piensa: “no puede ser”. Irremediable no significa que hay que hacer algo extraordinario para lograr el objetivo, significa que no hay solución. Irremediable es como el final del último esfuerzo. Irremediable suena a que sin importar cuanto empeño le pongas ya no se puede hacer más. Es triste y decepcionante.

Mi mamá suele decir: “enero y febrero desviejadero” cuya explicación radica en que al ser meses de mucho frío suelen llevarse consigo a la gente mayor. Ahora mismo estamos en ese enclave de tiempo y yo pienso: “¿tendrá razón mi mamá?” Me gustaría que no. También pienso que sería lo mejor para la Yaya, y aunque en su momento me odiaré por ello, creo que el final de aquel refrán es lo que más desea y lo que deberíamos desear. Tiene todo el derecho.

No es justo que alguien viva una vida plena, en pleno uso de sus facultades, en plena independencia de sí, y de un día para otro lo pierdas todo. No es justo que pudiendo irte de pie te apagues como una velita y en la recta final en vez de pasarlo increíble, en vez de aprovechar lo que queda e irte con una sonrisa, con el buen sabor, te vayas sufriendo y seguramente preguntándote “¿porqué a mí?” En mi nula vida religiosa sólo me queda pensar como piensa ella, que los torcidos caminos del señor son tan torcidos como sabios. Pensar que es decisión de ese ser superior y no mía ni de nadie. Pensar que de alguna manera todo esto es para mejorar.

Una vez más el amor me salva de una lloradera atroz. Sé que quiero que esté bien y en este mundo terrenal no lo está. Sin saber qué hay del “otro lado” me atrevo a pensar que tiene que ser mejor que el lado que está viviendo ahora. Y volviendo al amor, finalmente regresará con mi abuelo. Con aquel hombre amado por todos pero más por ella, con aquel a quien le plantó una rosa después de 10 años de muerto, con aquel a quien le es imposible recordar sin que se le haga un nudo en la garganta, con aquel que junto con ella me hicieron conocer la mejor historia de amor real y de carne y hueso que me gustaría vivir. Será que mi abuelo se cansó de esperar, será que también ya la extraña demasiado, será que es hora de que estén juntos de nuevo, no para bien, sino para mejor.