sábado, noviembre 19, 2011

Lo que ella me dejó

Un apellido, una palabra, o esa pasión de llevar cierta sangre que te hace excepcional. No mejor, sólo diferente. Ese sentimiento de pertenecer a un equipo que siempre lucha con todo y contra todo, saber que te han legado un espíritu fuerte que no se rinde ante nada, y que sueña. Que sueña con cambiar el mundo y conquistarlo, con ser invencible y de alguna manera, te acuestas en la cama un día y descubres que sí lo eres. Que eres casi perfecto, casi feliz. Porque perteneces a una familia que lo tiene todo, una familia con corazón, con ganas, con sabiduría y algo de locura, con un lado obscuro que lo hace todo más divertido, con una luz que te guía cuando te pierdes, con una unión que sabe navegar por el atlántico, volar desde cualquier parte y estar cuando se le necesita. No se lleva el Sardá en el nombre, se lleva en la sangre, se bebe, se come, se platica, se vive, se respira. Yo lo siento cada día y cada noche. Siento a los que se han ido como medallas de honor colgadas en el corazón, y vivo con los que estamos como mis compañeros en la batalla y mis amigos en la fiesta. Ser parte de esta familia es lo que me dejó la Yaya y no sólo se lo agradezco, se lo admiro.

 

Te extraño tanto que voy a volverme loca. Todavía espero que aparezcas en mi ventana con la tabla de damas chinas, todavía no me atrevo a borrar tu teléfono de la agenda, todavía espero escucharte diciendo: “hola mija que milagro”. Todavía. Y en algún momento te escucho, y me dices que no puedo estar triste, que estás bien y te siento por ahí cuidándome pero no logro entenderlo. Tal vez si fuera más religiosa sería más fácil. Pensaría que es algo que quiso dios y punto, pero hay cosas que simplemente no logro comprender -o aceptar-. Si hay algún lugar donde busque fuerza es en ti, y entonces se vuelve más complicado.

 

Sí, hubiera querido que te quedaras para siempre. Tener mi lugar seguro en tu casa para siempre, tus palabras sencillas y sabias y tu mirada cómplice para siempre. Hubiera querido que te quedaras para siempre. Ayer soñé que estabas bien, que hablabas bien y te decía: “mira Yaya, ya hasta recuperaste el acento”. El mejor fue mi cumpleaños, que soñé encontrándote al final del pasillo y me diste un abrazo, gracias por haber venido. Tuve que despertar pero desde ese día supe que siempre estarías cuando lo necesitara. Y por fin soñé contigo en lo que debe ser mi versión del cielo, una mesa de juegos entre un montón de nubes, yo creo que era la antesala más bien, espero que el cielo sea mucho más atractivo. Y por fin supe que estabas bien. No se me olvidará qué me dijiste: “siempre estamos” y desde entonces si te extraño sólo pienso en eso y de alguna manera me contento, porque efectivamente siempre estás. Yo sé.

 

El 5 de Junio el mundo dejó de sonreír por un momento. Otros dejamos un poco más. A unos cuantos meses de haber pasado el ladrillo por la garganta, pues no han sido muchos en realidad, sigo pensando lo feliz que fui cuando supe que por fin descansarías y no podría seguir más triste. Pero siempre te imagino jugando cartas con todos esos amigos que se te habían adelantado y que extrañabas, platicando con Juan, con alguno de tus padres y sobre todo nuevamente del brazo con el Habi, con sus chiles en el bolsillo, que si lo extrañabas tú el debe de haberte extrañado a rabiar.

 

Sí te extraño, si quisiera irme a comer unos moros con cristianos en la mesa de la cocina, llamarte y preguntar “no interrumpo la novela” y que me contestaras “no, hija” cuando en realidad sí que la interrumpía. Pasar por ti para invitarte a comer y que me esperaras ya en la puerta. O el abrazo de despedida a la hora de irse, ¿cuán valioso será un abrazo que venderías tu alma por uno más? Pero a pesar de todo esto, yo sé que estás mejor, y sí entiendo cómo funciona la vida. Donde quiera que estés, espero que seas más feliz que aquí, que disfrutes y que vuelvas a vivir, no sólo allá sino en cada uno de nosotros.

 

Allá donde estás te mando mi abrazo. Espero el tuyo en alguna de estas noches, que no sea miércoles porque hay jugada.

 

Feliz cumpleaños 88 Yaya, te adoro.