jueves, mayo 10, 2018

Mamiiiiiiiiii


Una de las cosas más interesantes de tener hijos es aprender a despegarte de todo, a decirle adiós a todo en todo momento. De pronto se piensa que es totalmente lo contrario, ellos llegan, te giran el mundo, lo voltean, lo ponen de cabeza y lo vuelven a poner en su lugar sin que todavía te adaptes siquiera a su llegada. Apenas estás entendiendo que están ahí, fuera de una panza, actuando, moviéndose, viéndote cuando ellos ya han hecho una y mil cosas que tienes que digerir. Llega un momento en el que efectivamente no sabes como era tu vida antes ni como pudiste haber vivido sin ellos todos estos años, al mismo tiempo que recuerdas vagamente cosas como meter un libro al baño o dormir hasta babear la almohada. Todo cambia, y mientras ellos aprenden como alienígenas a vivir en este mundo, a caminar, a comunicarse, a verte, a llamarte y a soltarte, tú aprendes cómo es vivir con ellos. A andar agachada, de la mano, con una mezcla de miedo y tranquilidad que ni el mejor Martini con éxtasis podría provocarte. Hay un momento en que no sabes si podrías vivir sin ellos, pero la realidad es que todos los días te despides.

Cada vez que sonríes, que aplaudes, que te enorgulleces de sus actos, cuando dan su primer paso, cuando te agarran el dedo, cuando reconoces que te reconocen, cuando aprenden a gritarte en la noche, cuando te enseñan su primer arte abstracto, te sientes feliz, plena, orgullosa, triunfadora. Estás logrando que dos papas al horno sean 2 personas hechas y derechas. Inteligentes, audaces, misteriosos, astutos, juguetones y hasta analíticos. Pero cada logro es un adiós, cada logro significa despedirte de la parte de antes, porque esa parte ya pasó y ellos están orgullosos de haberla dejado atrás. Cada logro es despedirte poco a poco de tus bebés, de tus papas horneadas que sólo permanecían mirándote y haciendo burbujas de moco, que se convirtieron en bebés divertidos que escalaban sillones y lloraban porque el helado estaba frío, que ahora se están convirtiendo en niños y aún no entienden por qué demonios el helado está tan frío, pero te dicen claramente: no quiero, porque está frío y me duele. Y luego como los monstruos bipolares en que se están convirtiendo, te piden helado una vez más. Y papas de las que pican porque vomitar no les da nada de asco.

Son niños, y en un momento te das cuenta de que, entre los gritos, las desveladas, las medicinas, la fiebre, las mantitas, el frío, el calor, el primer paso, la primera palabra y el mameluco de dinosaurios que ya no se quieren poner, se quedaron los bebés que habías traído al mundo y sólo en ese momento te da un poquito de pena habértelo perdido. Y no es que te lo hayas perdido realmente, sólo estabas muy ocupada en que se convirtieran en niños grandes y cuando lo logras entra el ¡fuck! Para esto necesitaba que ya no fueran bebés, eso sí que no lo tomé en cuenta.

Hay gente que dice que tener hijos es lo más egoísta del mundo, yo creo que es lo más desinteresado que puedes hacer. Es crear algo de la nada, quererlo con todas tus fuerzas y saber que lo estas criando para que cada día se vaya un poco de ti. “Los hijos son de prestado” ¿no dicen? Los crías, los creas -al menos en mi mundo- para que sean la mejor versión de sí mismos y entonces no se sometan a las barbaridades y dramas del mundo actual, sino que sean el agente de cambio que hagan de esta tierra un lugar mejor, un lugar feliz. Vaya que es complicado. Tanto esmerarte en encontrar la clave para ser feliz una misma y de pronto todo tu tiempo, dinero y esfuerzo están encaminados en que unas personitas no muy emocionalmente estables sean completamente felices a tu costa y propósito.

Este es mi 3er año de súper mamá. Cada vez me siento menos súper y más madre, pero, aunque definitivamente no es para todos, lo recomiendo ampliamente. Si tu idea de vida es dejar un foot print, que tus ideas locas, revolucionarias e innovadoras se queden más tiempo en el mundo que tu cuerpo y que, así como plantar árboles ayuda a oxigenar el planeta, plantar buenos niños ayude a mejorar el futuro entonces dale. Eso sí, “las bendiciones” son como el gimnasio, duro y doloroso, pero con resultados increíbles si lo haces bien. Son mi mejor proyecto, son como regar el pasto; una chinga diaria que al final reconforta en un verde deslumbrante. Feliz día madres, no se les olvide que ellos nos  eligen y no al revés, así que honremos su elección, ya tendremos tiempo de arreglar muchas otras malas decisiones que tomarán en la vida. Y aprovechen cada logro de sus pequeño y grandes enanos en su favor. Yo, por ejemplo, disfruto mucho poderlos mandar ya a que me traigan cosas, como el control remoto. Cuando tengan la fuerza suficiente para abrir el refri, esto va a ser una fiesta.