jueves, noviembre 29, 2018

Y sigue la yunta andando

Las cosas no siempre salen como esperas. Si así fuera ¡qué miedo! tendrías que ir por ahí cuidando cada cosa que piensas porque según la película que te armes así saldrá, y aunque en principio puede parecer perfecto la verdad es que quién no se ha imaginado abatiendo a golpes a un conductor dominguero en pleno martes hora CDMX (porque la hora pico ya no existe). Sería genial que todo aquello que imaginamos se cumpliera, pero sería desastroso que aquello que imaginamos en momentos de ira o tristeza se cumpliera también. Por eso no es así, por eso el titiritero no deja que todo salga según imaginamos, máxime aún, según queremos.

Así yo imaginé hace dos días pero de 2017 que tendría una historia muy diferente a la que estoy escribiendo ahora. Pero c'est la vie. No importan las razones, no importa si fue parte del destino, decisión propia o ajena, no importa si fue circunstancial o a posta, lo que importa es que así es y hay que empezar a imaginar una nueva historia.

Es como cuando dibujas. Si alguna vez han dibujado desde cero, en una hoja en blanco, lo primero que hacen es pensar en lo que van a dibujar, luego empiezan con el lápiz y esperan que se vea como su cabeza indicó, pero no siempre es así. A mí me pasa con los dibujos de los niños. Me piden figuras geométricas o letras y salen un 99% como quería, los triángulos no son equiláteros y las E tienen los palos un poco raros, pero cuando me dicen: dibuja al pato Donald, mi cabeza imagina al pato con su ropa de marinerito, su gorro, lo imagina a colores, en un barco con oleaje de mediodía y una sonrisa perfecta, lo que sale en el papel es una caricatura digna de American Horror Story. Yo creo que si a un psiquiatra le digo que eso es un pato creería que tengo un problema de distorsión de la realidad.

Pues así es la vida, ni más ni menos. Te imaginas muchas cosas, a veces son círculos triángulos o las vocales y todo sale conforme lo planeabas, pero a veces es Iron Man o Goofy y por más que lo intentas tu vida queda como el apocalipsis zombie.

Si me preguntaran que quiero en la vida sería tranquilidad. Por ejemplo, si el pato no va a salir correctamente lo menos que pido es que no les asuste, y en el mejor de los casos les guste el condenado pato, pido que si es una tarea sencilla como dibujar un círculo me salga lo más redondo posible, bien cerrado y sin pelos. A veces logro dibujar un árbol más realista y feliz que Bob Ross, pero la cago con el círculo, a veces es lo contrario, supongo que también depende cómo estés en el día. Mi mamá por ejemplo sabe dibujar leones y elefantes. Los primeros a garabatazos porque el león no es como lo pintan y los segundos de espaldas. Ella arregla la realidad a conveniencia, muy inteligente. Mi hermano les diría, ¿quieres a Donald? ¿De los 80 o de los 90? ¿No prefieres un Water Duck Canadiense? Mi papá haría un pato lo más apegado a la realidad y le quedaría bien, les diría, no es Donald, pero miren que bonito pato. Yo, creo que lo hago según cae el día, pero normalmente trato de acordarme como se dibuja a la caricatura fielmente y lo logro a un 80%. Todos somos diferentes, gracias a Dios, y la vida, cada día de ella, lo es también. Quiero tranquilidad porque desde hace 5 años siento que vivo en el ojo del huracán. Todo calmado aquí adentro, pero tienes que tener cuidado al salir porque en cualquier momento termina de pasar el desastre y arrasará con todo.

Quiero ser el vendedor de jitomates que no tenía email. Vivir en la playa, del negocio que conozco, y saber que no me tengo que preocupar por nada porque aquello que imaginé para mí está ahí. Hoy mucho de lo que imaginé está ahí, algunas partes cubistas y otras realistas, pero sigo sin poder sentarme en una hamaca y decir, ahora sí, tranquilidad absoluta. Será que no se trata de eso, será que la vida se trata precisamente de preocuparse y tener que reinventarse día a día, será que somos la película de seres extraterrestres y que si viviera yo tranquila se caería el rating, será que hay que ponerle sabor al sueño del genio antes que despierte, será que si supiera de qué se trata no sería yo.

Igualmente quisiera acostarme en una hamaca, si no por días por horas, y sólo por esas horas preocuparme por ab-so-lu-ta-men-te nada. ¿Cuántas cartas de adultos a Santa Claus traerían esa cláusula? A darle. Al final hay que alimentar la curiosidad de aquello que un día decidió ponernos aquí.