viernes, marzo 18, 2011

Tiempo

Lo que más caracteriza el paso del tiempo son las cosas que pasan a tu alrededor. A veces se te olvida que estás creciendo, el tiempo pasa y las cosas cambian, pero cuando de pronto dices: “ah, ya no existen las palelocas” es cuando una campanita te recuerda que has avanzado lo suficiente para dejar muchas cosas atrás, quieras o no.

De niños, asistimos a fiestas infantiles, nos gustan los payasos, los magos y nunca nos damos cuenta cuando se acaba. Puedo apostar que nadie sabe cual fue la última fiesta infantil a la que asistió, o qué edad tenía. De adolescentes viene la época de los 15 años. Ves por primera vez a tus amigos de traje y a las niñas con el primer vestido de noche, tal vez el primer escote, tal vez los primeros tacones, y claro, los primeros tragos. Al menos así era en “mis tiempos”, porque a pesar de ser una persona realmente joven, mis tiempos ya no son los mismos de ahora. A los 20’s empiezan las graduaciones, y hay una época bastante larga de estas fiestas, luego sin darnos cuenta asistimos a la primera boda. No recuerdo cuál fue la primera boda a la que asistí de alguno de mis amigos, probablemente fue la de Miriam, todavía en la universidad, pero me acuerdo que pensé, que era el comienzo de esa etapa. La etapa en la que los caminos se empiezan a dividir, las nuevas familias se forman y te conviertes definitivamente en un adulto. No obstante quedan aún varias etapas que vivir, yo ya entré también a la onda de los bautizos, y me hace sentirme más grande de lo que soy, pero feliz, porque puedo acompañar a mis amigos y mi familia en esos eventos increíbles, puedo compartir su felicidad.

El detalle aquí es que también hay etapas malas en la vida. Y no me refiero a reprobar un examen o ser despedido del trabajo. Me refiero a esa etapa que nunca ves venir y de repente se aparece, como un fantasma en la noche o un ratón en el restaurante. Más tarde o más temprano llegamos a la etapa de despedirnos de la gente que queremos. En el mejor de los casos es porque hacen su vida en otro lugar, porque la nueva vida no les permite seguir el contacto o por cualquier otra razón terrenal. En el peor de los casos la gente se nos empieza a morir.

Nunca había tenido que decirle adiós a nadie. Mi abuelo materno falleció cuando tenía 3 años. No podía entender eso y ni le dije adiós no me dolió lo suficiente. 5 o 6 años después hice un drama porque mi abuelo no estaba pero nunca entenderemos porqué pasó eso. Además, antes de hacer mi drama, yo veía a mi abuelo, sí, lo veía y a mi mamá y mi abuela se les crispaban los pelos, pero yo lo veía y no podía extrañarlo tanto. Mi abuela paterna falleció cuando tenía 11 años, además que no nos llevábamos muy bien, la relación no era cercana y yo seguía sin entender bien las cosas. Se me encogía el corazón un poco cuando veía un pollo de espuma que me había regalado, entonces platicaba con ella donde estuviera y se acababa el sentimiento. Las últimas veces que me sentí trapo fue cuando mi hermano se fue y cuando terminé una relación en la que había basado mis planes de los futuros 50 años, entonces lloré todo lo que no le había llorado al Abi, la abuela y los seres queridos de todo el mundo. Pero seguimos en el entendido que esas personas seguían por acá, y yo seguía sin despedirme –realmente- de nadie.

Cuando era un poco más joven, digamos unos 8 años atrás, mi mamá un día me dijo –porque yo siempre me quejo de las cosas malas que pasan- que Dios no te mandaba más allá de lo que pudieras soportar. Entonces yo muy inteligente, le decía: “Dios, no me quites a ninguno de mis seres queridos, porque ahora no lo puedo soportar.” Y la verdad es que no lo hizo.
Ha llegado la hora de despedirme de la Yaya, la cosa está mal a tal punto que prefiero que se “vaya” y “descanse” a que siga en ese constante dolor y hartazgo que tiene. Es difícil, te remuerde la conciencia las veces que dijiste “no puedo ir a comer” y sí podías pero tenías flojera. O las veces que dijiste: “ahora le llamo” pero se te pasó. Son tonterías, pero al final –final- son detalles que se te atoran. Cuando tienes tiempo como yo, aprovechas para decirle las cosas que nunca has dicho. “Eres la mejor Yaya del mundo”, “Te quiero mucho”, “Siempre estuviste ahí para mi” y mientras más tiempo pasa más te haces a la idea y como que lo digieres mejor. Aunque a la mera hora te ataque el espíritu de Libertad Lamarque y termines como Magdalena. Es lógico.

Todo esto me llevó a pensar las cosas malas que a partir de ahora tendré que enfrentar. O mejor dicho las cosas tristes. Me puse a pensar que si mi mamá vive lo mismo que la Yaya, sólo me quedan 20 años con ella, y se me hizo muy poco, demasiado poco. Y ahora siento constantemente el acecho del último día y quiero hacer todo a la vez. Está mal, pero esa es la sensación que se me quedó. Empecé a pensar que mi papá ya una vez nos dio un susto, que no se cuida y que tal vez no tenga con él los 20 años que con mi mamá, y tuve que hablar de cosas incomodas, de testamentos, de pensiones, tuve que tomar el control de las cosas para cuando ya no estén, porque me di cuenta, después de 28 años, que un día no van a estar.

También me di cuenta que entre la nueva etapa de divorcios y pensione alimenticias, entré a la etapa de cuidar a los grandes. Ahora mis papás, mis tíos y la Yaya no son los que me cuidan, ahora yo hago cosas por ellos, ahora yo presto el coche, ahora yo pago esto o el otro, ahora yo voy de visita y hablo con el médico y arreglo papeles y explico cosas. Esa es la nueva etapa, nos volvemos grandes, a cargo de nuestros grandes y en algún momento a cargo de nuestros chicos.  Así es la vida, pero en el momento de transición cae un poco pesado.

Mis amigos están en las mismas. Todo este delirio de escribir las etapas surgió porque no soy la única que se ha pasado los últimos meses en el hospital y sé que todos andamos en las mismas nos guste o no. Pero no estamos solos, y estas cosas sirven para darnos cuenta de ello y también para ponernos las pilas y no quedarnos con culpas y “hubieras” antes que esos grandes personajes se retiren de la pantalla. El ying yang siempre tiene razón, siempre puedes sacar algo bueno de lo malo.

Ayer me hizo el día el hecho que la persona menos esperada me ofreciera un oído y un hombro, así que en mi situación, con esta experiencia ofrezco lo mismo para quien lo necesite. A veces una chela y un silencio cómplice lo arreglan todo.


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