miércoles, febrero 10, 2010

José

Ayer soñé con mi hermano como cada noche. Me lo hizo notar el Castor; "siempre sueñas con tu hermano". Ayer no estuvo padre. Ayer soñé que estábamos en la casa de siempre, con mi papás y que él entraba a algún tipo de curso. Todo se desarrollaba como cuando los gringos se van a la universidad y se mudan para no volver. Mis padres le habían comprado ropa, libros, carpetas y un estuche para las uñas. Sí. Era un sueño. Ese día, que sería el último estuvimos platicando, jugando, viendo sus cosas nuevas y deliberando cuando nos volveríamos a ver, sin respuesta. Al día siguiente -en el mismo sueño- despertaba y salía directamente a su cuarto. No estaba ahí, había algo de ropa suelta, el estuche de las uñas a medio abrir y algunas cosas a medio usar. No estaba la mayoría de sus cosas. Ya se había ido. Pensaba que era normal, que tenía que irse a estudiar y que algún día lo podría visitar. Pero me levanté y me instalé frente a la computadora para abrir el chat, y lo único que hice fue buscar si estaba conectado. No estaba. De pronto sentí que más que irse a estudiar se lo había tragado la tierra, que no lo volvería a ver. Sentí un vacío indescriptible. Sentí que a mí me tragaba la tierra. Se suponía el primer día que no estaba y a mi me parecía no sólo que no iba a estar más, si no que nunca había estado. Lo extrañé como los niños que se quedan encargados en casa de la vecina, extrañan a su madre. Así los acabe de regañar, en ese momento es la viva imagen de un salvavidas en meido del mar.

Se me está olvidando como es. A veces lo extraño, a veces no. A veces más, a veces menos. A veces me cae gordo, a veces muy bien. A veces me acuerdo de las cosas malas y a veces de las buenas. A veces me río con él, a veces me enojo. A veces está conmigo, a veces no lo siento.

Hoy lo extraño de veras. Quizás es el miedo a olvidar un día cómo es, quién es. A perderlo de verdad porque ni siquiera lo pueda retener en la memoria.

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