viernes, agosto 27, 2010

Adaptabilidad

Ayer me puse a pensar, no recuerdo porqué, que es muy fácil tachar a alguien de intransigente, intolerante, anticuado, y cosas por el estilo porque hay muchos asuntos que consideramos cotidianos por la manera en que hemos vivido. Pero “nadie extraña lo que no conoce” al igual que no podrías querer, desear o gustar de algo que no conoces o ni siquiera entiendes.


Cuando Carlos se fue de su casa yo tenía 11 años. Me pareció algo muy malo y reprochable. Nadie me explicó por qué se iba, él no me contó previamente el plan, nadie me explicó razones y consecuencias. Yo tenía 11 años y no sabía que salir de casa de tus padres a cierta edad es algo común, necesario y bueno. Tampoco sabía que a los padres no les pasa absolutamente nada porque te vayas. Mucho menos sabía que es algo benéfico para ambas partes. Nadie me lo explicó. Ni mis papás, ni Carlos, ni la Yaya, ni mis amigos que obviamente tampoco sabían un demonio de estas cosas, nadie.


¿Qué pasó? Lo tomé como una afrenta. A esa edad crees que el mundo gira en torno a ti y hay pedestales que no estás dispuesto a mover. Uno de ellos era Carlos y otro la Yaya, la abuela es un personaje muy importante en la infancia y no permites que ni tu madre la toque. Yo tomé esta situación como una afrenta a la Yaya. ¿Por qué Carlos quería irse? ¿A dónde iba? ¿Por qué la quería dejar sola si era una persona mayor? ¿Por qué no le gustaba estar ahí? ¿Ahora dónde o cómo lo vería si solamente lo veía en esa casa? ¿Sería que ya no volvería a ver a Carlos? Eso no podía ser, era mi persona favorita en la tierra y no podía ser que fuera a desaparecer del planeta, pero no me había dicho nada, entonces tal vez no quería que supiera a dónde iba.


Sí, todo esto pasó por mi cabeza a los 11 años. Y lo que pasó después fue que la primera vez que ví a Carlos después de que se mudó, lo odié. Lo único que podía pensar era que alguien a quien yo adoraba le había hecho algo muy feo a mi abuela y además, le importaba un pito lo que yo pensara. Lo notó. Trato de platicar conmigo de cualquier burrada pero yo me mantuve estoica comiendo un bubu-lubu sin emitir un solo juicio. Cuando se fue me dijo: “Nos vemos, a ver si la próxima no estás tan seria”. A mi se me encendieron las entrañas, tenía ganas de decirle: “¡Tarado! Mira lo triste que está mi Yaya. ¿Por qué no me contaste nada? ¿Dónde vives? ¿Cómo puedo llegar allá? ¿Cuál es tu teléfono? ¿Nos vamos a seguir viendo? Pero a mi me habían enseñado que no podías reclamarle a tus mayores, ni a Carlos siquiera, así que puse la cara más fea que pude, guardé mis bubu-lubus en el congelador, me di la media vuelta y me fui.


Pasó mucho tiempo antes de que entendiera que la situación era normal. No pasó mucho para que se me quitara el enojo. Un día fui efectivamente a su casa y me gustó. Pasamos incluso una navidad ahí. Aunque de todos modos, nadie nunca me explicó nada.


Ahora que yo misma me he ido de casa de mis padres, entiendo todo perfectamente, lo apoyo y hasta creo que se tardó. También lamento que a pesar de la edad, no haya podido apoyarlo en ese momento. Pero insisto, cómo entender algo que nadie te ha explicado, sólo puedes procesarlo según lo que te han enseñado y a veces eso que te han enseñado no cuadra con la realidad.


Ahora que todo el mundo se escandaliza por los matrimonios y la adopción gay, habría que tratar de explicarles, antes de increparlos, juzgarlos y querer matarlos, cómo está la cosa. A mis papás por ejemplo, nadie les explicó que ser gay era una opción, que no era ni estúpido, ni vándalo, ni enfermo, ni necesariamente promiscuo. Nadie les contó que tuviera un amigo gay feliz y contento. Nadie les dijo que el SIDA no se contagiaba al admitir que eras gay. Nadie les contó nada. Por el contrario, les dijeron que si un hombre era gay, lo iban a matar a palos en la primera esquina. Que si una mujer era gay, tenía serios problemas en la cabeza y lo que pasaba era que estaba imitando al hermano, o que el papá no servía para nada y se traumó, o la mamá no servía para nada y quiso ser como el papá, y también sufriría de penas y maltratos por la sociedad. ¿Qué papá en su sano juicio querría esto para sus hijos? ¿Qué papá querría pensar que es su culpa? Nadie les explicó que ser gay no era una consecuencia por ser los peores padres del mundo, si no una decisión y una preferencia netamente individual.


No puedes juzgarlos de anticuados, de idiotas, decirles que no entienden nada y que son lo peor de la intolerancia. Sus papás les dijeron que estaba mal, sus maestros les dijeron que estaba mal, sus amigos les dijeron que estaba mal, el gobierno y la iglesia que en su tiempo estaban mucho más establecidos, les dijeron que estaba mal. ¿Cómo esperamos que tengan una epifanía un jueves, se despierten y digan: hijo mío, he decidido pagarte la boda con tu wey porque es la onda”? Eso sí que es ilógico. Nadie les dijo que la cosa no es así. Están en todo su derecho de pensar que es algo malo, y sobre todo que te va a ir de la fregada si estás en eso.


Los únicos capaces de explicarles y pacientemente hacerles entender que no tiene nada de malo, somos nosotros. Uno sí sabe que no está mal, uno sí puede demostrarles que se puede llevar una vida normal, común y corriente. Que si tu mamá quiere una boda puede haber una, que si tu papá quiere nietos, puede haberlos también. Uno sí puede explicarles que no vas a perder tu trabajo, que no te vas a caer muerto a media cuadra por un rayo, que tus vecinos no te van a lanzar jitomates. Así se los explicaron antes, así crecieron, es todo lo que conocen, nadie los ha sacado de su error, y solamente uno, ayudado con la actualidad, puede hacerles entender.


Por su parte, sólo queda estar abiertos a esas explicaciones, abiertos al cambio, porque el mundo ha cambiado y lo que conocían ya no es necesariamente aplicable a lo que se vive hoy. Más allá de ser “tolerantes” les queda ser abiertos, les queda procesar y entender  muchas cosas que si antes estaban mal hechas, ahora son normales y hasta mejores. La unión libre, la homosexualidad, el desapego con la iglesia como institución, la paridad de roles, etc.


Así que, paciencia, para explicarles no sólo todo lo que no entienden si no todo lo que no conocen y para aceptar que hay cosas que igual no les gustarán, porque están en todo su derecho de no poder cambiar una manera de pensar que tienen arraigada hace más de medio siglo. Así como yo no pienso cambiar, por ejemplo, la idea de que es una grosería ir al teatro en bermudas y tenis. ¡Y solo tengo 28!