Una de las
cosas más interesantes de tener hijos es aprender a despegarte de todo, a
decirle adiós a todo en todo momento. De pronto se piensa que es totalmente lo
contrario, ellos llegan, te giran el mundo, lo voltean, lo ponen de cabeza y lo
vuelven a poner en su lugar sin que todavía te adaptes siquiera a su llegada.
Apenas estás entendiendo que están ahí, fuera de una panza, actuando,
moviéndose, viéndote cuando ellos ya han hecho una y mil cosas que tienes que
digerir. Llega un momento en el que efectivamente no sabes como era tu vida
antes ni como pudiste haber vivido sin ellos todos estos años, al mismo tiempo
que recuerdas vagamente cosas como meter un libro al baño o dormir hasta babear
la almohada. Todo cambia, y mientras ellos aprenden como alienígenas a vivir en
este mundo, a caminar, a comunicarse, a verte, a llamarte y a soltarte, tú aprendes cómo es vivir con ellos. A andar agachada, de la mano, con una mezcla
de miedo y tranquilidad que ni el mejor Martini con éxtasis podría provocarte.
Hay un momento en que no sabes si podrías vivir sin ellos, pero la realidad es
que todos los días te despides.
Cada vez
que sonríes, que aplaudes, que te enorgulleces de sus actos, cuando dan su primer
paso, cuando te agarran el dedo, cuando reconoces que te reconocen, cuando
aprenden a gritarte en la noche, cuando te enseñan su primer arte abstracto, te
sientes feliz, plena, orgullosa, triunfadora. Estás logrando que dos papas al
horno sean 2 personas hechas y derechas. Inteligentes, audaces, misteriosos,
astutos, juguetones y hasta analíticos. Pero cada logro es un adiós, cada logro
significa despedirte de la parte de antes, porque esa parte ya pasó y ellos
están orgullosos de haberla dejado atrás. Cada logro es despedirte poco a poco
de tus bebés, de tus papas horneadas que sólo permanecían mirándote y haciendo
burbujas de moco, que se convirtieron en bebés divertidos que escalaban sillones
y lloraban porque el helado estaba frío, que ahora se están convirtiendo en
niños y aún no entienden por qué demonios el helado está tan frío, pero te
dicen claramente: no quiero, porque está frío y me duele. Y luego como los
monstruos bipolares en que se están convirtiendo, te piden helado una vez más.
Y papas de las que pican porque vomitar no les da nada de asco.
Son niños,
y en un momento te das cuenta de que, entre los gritos, las desveladas, las
medicinas, la fiebre, las mantitas, el frío, el calor, el primer paso, la
primera palabra y el mameluco de dinosaurios que ya no se quieren poner, se
quedaron los bebés que habías traído al mundo y sólo en ese momento te da un
poquito de pena habértelo perdido. Y no es que te lo hayas perdido realmente,
sólo estabas muy ocupada en que se convirtieran en niños grandes y cuando lo
logras entra el ¡fuck! Para esto necesitaba que ya no fueran bebés, eso sí que
no lo tomé en cuenta.
Hay gente
que dice que tener hijos es lo más egoísta del mundo, yo creo que es lo más
desinteresado que puedes hacer. Es crear algo de la nada, quererlo con todas tus
fuerzas y saber que lo estas criando para que cada día se vaya un poco de ti. “Los
hijos son de prestado” ¿no dicen? Los crías, los creas -al menos en mi mundo-
para que sean la mejor versión de sí mismos y entonces no se sometan a las
barbaridades y dramas del mundo actual, sino que sean el agente de cambio que
hagan de esta tierra un lugar mejor, un lugar feliz. Vaya que es complicado.
Tanto esmerarte en encontrar la clave para ser feliz una misma y de pronto todo
tu tiempo, dinero y esfuerzo están encaminados en que unas personitas no muy
emocionalmente estables sean completamente felices a tu costa y propósito.
Este es mi 3er
año de súper mamá. Cada vez me siento menos súper y más madre, pero, aunque
definitivamente no es para todos, lo recomiendo ampliamente. Si tu idea de vida
es dejar un foot print, que tus ideas locas, revolucionarias e innovadoras se
queden más tiempo en el mundo que tu cuerpo y que, así como plantar árboles
ayuda a oxigenar el planeta, plantar buenos niños ayude a mejorar el futuro
entonces dale. Eso sí, “las bendiciones” son como el gimnasio, duro y doloroso,
pero con resultados increíbles si lo haces bien. Son mi mejor proyecto, son
como regar el pasto; una chinga diaria que al final reconforta en un verde
deslumbrante. Feliz día madres, no se les olvide que ellos nos eligen y no al revés, así que honremos su
elección, ya tendremos tiempo de arreglar muchas otras malas decisiones que tomarán
en la vida. Y aprovechen cada logro de sus pequeño y grandes enanos en su favor.
Yo, por ejemplo, disfruto mucho poderlos mandar ya a que me traigan cosas, como
el control remoto. Cuando tengan la fuerza suficiente para abrir el refri, esto
va a ser una fiesta.
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