Hay veces, días, momentos, épocas, lugares. Hay instantes en que todo da vueltas y marea, y hay instantes que se vuelven eternidades.
Hoy marea. Hay veces en que la vida marea y no sabes cómo
bajar del barco. Quizás porque muy en el fondo no quieres bajar, y no por
quedarte con esa sensación de náusea y hueco en el pecho si no porque tal vez y
sólo tal vez bajarte sería aún más terrible. Es importante saber y entender que
esto sólo pasa a veces, en esos momentos imprecisos del tiempo y de la emoción,
en esos instantes incontrolables donde el demonio interno que siempre vive en
ti decide salir a divertirse a costa de tu sano juicio.
¿Qué hacer? Bajar del barco implica muchas cosas. Es entrar
a territorio inexplorado, es no saber si cuando vuelvas de tierra el barco
seguirá ahí o será otro que aún se sienta peor, o mejor. Es enfrentar
civilizaciones nuevas, entidades desconocidas, emociones imprevistas y ¡ay! no estamos
para descubrir nuevas emociones en este momento, aún si fueran buenas. Bajar
del barco es un riesgo. No queremos riesgos.
¿Qué queda? Dominar al demonio. ¿Será en efecto un demonio? ¿Será
ese lado obscuro que juega con nosotros para divertirse él? ¿o será un lado
luminoso que sólo da miedo porque deslumbra? De cualquier modo, al igual que el
barco, lo que se presenta aquí es el miedo a lo desconocido. El miedo… quizás
todo esto no es ni barco, ni tierra, ni demonio, ni ser de luz; quizás todo
esto es miedo. ¿Y qué hacer con el miedo? El miedo es terrible. El miedo te
salva de morirte tal vez, aventando adrenalina a todo tu cuerpo y haciéndote
correr a una velocidad que normalmente no alcanzarías. El miedo puede hacer que
levantes un auto, corras más rápido que un león o hasta vueles por unos
instantes. Que bueno es el miedo. Pero ¿qué pasa cuando el miedo es esa sombra
de risa macabra? ¿Qué pasa cuando el miedo paraliza, hunde, ciega, ensordece,
nubla, detiene? El miedo también mata. El miedo es tan brutal como la vida.
A veces, sólo queda preguntar qué hacer, conocer otra
opinión, otro punto de vista. El problema es la respuesta. Casi siempre
recibirás respuestas que no son lo que esperas ¿o es que más bien no
preguntamos bien?
Hay un acertijo medieval en el que se plantea quién tiene el
poder. 3 hombres, un rey, un sacerdote y un rico, más un mercenario con una
espada. El Rey pide al mercenario que mate a los otros 2 porque le debe
lealtad, el sacerdote pide que los mate porque le debe lealtad a su dios y el
rico pide que los mate a cambio de 100 monedas de oro. ¿Qué hará el mercenario?
No importa. Lo que importa es que el poder no reside en el rey, ni en el
sacerdote, ni en el rico, el poder reside en el mercenario quien es el único
que puede matar, a uno, a los 3 o a él mismo.
Quién fuera el mercenario para tener el poder. Qué fácil
sería todo si cargando una espada pudiéramos ir sorteando las desavenencias de
la vida, sin que nadie nos diga algo, ni nos juzgue, sin deberle lealtad a
nadie más que a uno mismo y sobre todo disfrutando de la libertad de decidir.
Hoy día, ni siquiera podemos decidir cuándo dormir.
Qué genial sería dormir, dormir mucho tiempo y soñar que
camino cargando mi espada y nada más.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario