martes, abril 24, 2012

Un paso a la vez

Hoy en el radio venía escuchando Alfa, la estación me gusta aunque Esquinca no. Sin embrago, me quedé escuchando la historia de una enfermera australiana, que a cargo de los pacientes terminales, había logrado descubrir las 5 cosas más comunes de las que se arrepiente una persona al encarar la muerte. Me quedé escuchando porque siempre he pensado que lo único inteligente en la vida que puedes hacer es no arrepentirte de nada, incluso de los errores porque de ellos aprendes y quizás en ese momento no había más opción. No debes arrepentirte principalmente porque no se puede regresar el tiempo, y cada arrepentimiento será una carga más que llevar en la vida. Entonces escuché como una a una las 5 culpas más comunes me chocaban totalmente. Si yo hubiera sido uno de sus pacientes –me alegro que no- tendría que haber mencionado las mismas cosas y no me gustó. Así que un paso a la vez, iré reparando el camino para el día que tenga que pasar al otro mundo lo haga en paz. Pero sobre todo, para empezar a ser mucho más feliz. ¿Por qué de qué se trata la vida si no de ser feliz?

 

La tristeza profunda de no haber llevado una vida auténtica, sino la vida que otros querían.

Tanto luché contra esto que terminé haciéndolo. Recuerdo un capítulo de Friends, en que Rachel dice: “Dios, me esforcé tanto en no parecerme a mi mamá que no vi venir esto” al darse cuenta que era igual a su padre. Me pasó lo mismo. Me esforcé mucho en hacer y dejar de hacer muchas cosas para no parecerme a personas que me desagradaban; profesores, compañeros, figuras públicas, mis padres incluso –al menos sus cosas malas-, y terminé siendo uno de mis tíos. Claro, porque lo admiraba e inconscientemente quería ser como él. Pues bueno lo fui. Pero a mis 29 años me di cuenta que eso no me gustaba, que era un Carlos perfecto pero había dejado de ser Vero. Y siendo una copia fiel de Carlos me iba bien con los demás, por eso nunca me percaté del error. ¿Pero y yo qué? Yo no quiero ser tan paranoica con el dinero, ni tenerle tanto temor a perder la seguridad o la estabilidad de un trabajo o una casa, yo soy más impulsiva, yo sueño más, yo busco cosas diferentes, retos nuevos y cosas fuera del protocolo, así que no puedo seguir viviendo en el protocolo y la diplomacia que hace tan feliz a la gente que me rodea. Necesito ser feliz yo.

 

En una sesión de hipnoterapia breve, me regresaron a los 7 años, tenía que verme a esa edad, recordar que sentía, que hacía, cómo pensaba, y después, tenía que entrar mi yo adulto a la habitación. Cuando yo, de siete años me vi entrar pensé: “Ostia, ¿en eso me convertiste? ¿Qué pasa con esa ropa de oficina, con las ojeras de levantarse temprano, con la cara desguanzada de que odias lo que haces, con tus aires de grandeza corporativa que hacen feliz a todos menos a ti? ¿Dónde están los jeans? ¿Dónde están tus partituras? ¿Dónde está la sonrisa rebelde de que seguramente estabas haciendo algo que haría enloquecer a todos pero te haría completamente feliz a ti? Me decepcioné. Decepcioné a mi pequeña Vero porque la convertí en el clásico adulto que no quería ser. Y ahora sólo queda reparar el daño. Aún hay tiempo de convertirnos las dos en lo que siempre hemos querido ser, y escuchar por fin ese grito de “estás loca” que nos libere.

 

La frustración de haber trabajado demasiado y compartido poco.

Otra en la que jamás pensé caer. Debo reconocer que en este aspecto trabajar en HP me ayudó muchísimo. Aprendí el valor del tiempo y como estar en una oficina es totalmente retrógrada e innecesario para cumplir con tu chamba. De modo que no salgo tarde, ni trabajo los fines de semana ni nada de eso, sin embargo, el trabajo sí ha sido un pretexto para no hacer cosas. Sobre todo aludido al cansancio. Dejo de hacer cosas, de salir, porque siempre estoy cansada de trabajar y quiero hacer nada en mi casa, literalmente.

 

Le tenemos tanto respeto al trabajo, que nos dejamos de respetar a nosotros mismos. Recuerdo que cuando la Yaya estaba en el hospital, iba un rato a verla a la hora de la comida, me comía una torta para que me diera tiempo y estando ahí pensaba en que fregadera era tener que volver cuando yo quería quedarme ahí, con ella. Y que fregadera era tener que sacrificar la hora de la comida. Estaba poco tiempo y cuando llegaba el relevo salía corriendo de regreso al trabajo. Si no llegaba nadie y era demasiado tarde, tenía que irme igual. Salía desganada, preocupada, para llegar y ver que el mundo no se había caído sin mí. Debí haberle dicho a mi jefe y equipo, esta es la situación, los próximos 6 meses o 1 año, lo que dure, voy a tomarme 2 horas de comida y voy a salir temprano para ver a la Yaya, y se acabó. Cuando no cumpla un objetivo entonces hablamos. Pero no lo hice, y a veces pienso en todo el tiempo que pude haber pasado con ella, pero yo tenía muchas cosas que hacer. Igual me escapé muchas veces, pero vaya, a lo que voy es que el trabajo debe ser de las prioridades más bajas. Voy a trabajar al menos 20 años más, con la Yaya me quedaban 6 meses, ¿Qué valía más la pena? ¿Dedicarle tiempo a mi trabajo o a ella?

Jamás me volveré a perder una comida, un festejo, un cumpleaños, una cita, por motivos de trabajo, si tiene que ser así, entonces buscaré otro trabajo que no arruine mi vida. En aquella hipnoterapia me decían también, tú sólo te dedicas a sembrar ¿a que hora vas a cosechar y disfrutar de comerte la cosecha? Muchos lo hacen cuando se mueren, me prometo que no será el caso.

 

No haber sido capaz de expresar mis sentimientos.

Sigo sin ser capaz. Al psiquiatra le molesta mucho esto y parece que no avanzamos. Él insiste que debe ser que tengo algo atorado, un recuerdo reprimido que no me deja demostrarle a los demás que soy un ser común y corriente que ríe, llora y se enoja. Debe tener razón, pero yo sigo sin encontrar que es lo que atora mis emociones. Lo que sé y le comenté es que odio el teatro que hace la gente alrededor de una emoción. Si lloras, ya viene todo el mundo hasta a los que les caes mal, diciéndote palabras de aliento, alcanzándote unos kleenex, preguntando que pasa, si pueden ayudar en algo, y resulta que sólo se te salieron unas lagrimitas porque te pegaste en el nervio del codo. Enojarse es aún más difícil. La gente cree que uno debe controlar su ira, y mientras más elocuente reaccionas ante alguna provocación más te respetan. Pura mierda. Tenemos derecho a enojarnos. Yo tengo derecho a enojarme como me de la gana, tengo derecho a aventar cosas o pegarle a los muebles si quiero, a gritar o hacer un escándalo, es mi manera de sacar las cosas. El psiquiatra me dijo que debía darle oportunidad a la gente y se la voy a dar. Tengo el remedio para esto y es muy sencillo: “Jódete”. Cada vez que alguien me diga, “ay cálmate no es para tanto” yo le diré: “Tú jódete.” Cada vez que manifieste mi deseo de pegarle a alguien en la cara y alguien me responda con un: “caaalma, ¡que violenta!” le diré: “Tú jódete.” Y de aquí en adelante, si alguien se mete con mi manera de expresar lo que me de la gana, desde un berrinche de kinder hasta una risa desparpajada, sólo le diré: “Tú jódete.” Y tal vez añada un “pinche amargado”. Por que cuanod uno se enoja también tiene todo el derecho a decir groserías e improperios varios.

 

Haberse quedado en contacto con los amigos.

De esto no estoy muy segura. Sí le he perdido la pista a varios, pero ha sido más su culpa que la mía. Yo he querido tener contacto con gente de la prepa por ejemplo, pero ellos no. Tenía muchos amigos hombres, y como las viejas somos muy argüenderas –aunque de verdad podría no incluirme- una vez aparecida la novia o la esposa prefirieron cortar por lo sano aunque fuera una simple amistad, ya que esta civilización –y sobre todo el sexo femenino- sigue sin entender cómo se puede dar una amistad entre un hombre y una mujer sin sexo de por medio. Otros de plano no olvidan los rencores, y si contestan cosas como: “¿ya se te olvidó que nunca me devolviste mi goma? No voy a tu fiesta.”  Eso es de hueva. Y otros yo he decidido no verlos pensando que tal vez sus vidas y la mía no cuadren mucho por lo tanto es mejor no moverle. Pero a ese sector sí que podría recuperarlo. Prometo hacer tiempo y espacio para retomar el contacto con amigos muy queridos como el George y su bacacho, Beavis, Montse –veremos si no entra al grupo de ya me casé y no tengo tiempo más que para mi marido-, la otra Montse –si quiere, Shak –si quiere también, Aydé, Vivi, Zuly, -que veo una vez al año, la Toca, Maky… ya veremos.

 

Haberse permitido ser más feliz.

Y este es un conjunto de todo. Recuerdo perfecto como decía “no podría ser más feliz que ahora” y lo mucho que me vanagloriaba de sentirme feliz con pocas cosas como un buen café, un whiskol, mi casa iluminada por mi Castor, brincar en la cama… y unos días después tuve un ataque de pánico regresando de vacaciones y nunca volví a sentir esa emoción de ser feliz con una tontería. Y es que no puedes ser feliz si no te gusta tu trabajo, tu oficina, que es un lugar al que vas todos lo días. No puedes ser feliz si no haces lo que te gusta, si estás pensando todo el tiempo en estar en otro lugar haciendo otra cosa. No puedes ser feliz si te da miedo decirles a tus padres quién eres realmente, cuando a decir verdad creo que soy una gran persona, aún cuando no cubra sus expectativas o más bien sus sueños. Yo sería feliz siendo yo, dedicándome a la música, siendo libre de mí y de la gente, diciéndole “jódete” a quien se lo merezca, siendo auténtica y congruente cueste lo que cueste y pésele a quien le pese. Así uno puede ser feliz. No estoy muy lejos. Tengo muchas cosas que quería para construir mi felicidad como mi Castor, pocos y muy buenos amigos, pocos y muy entrañables familiares, un bonito y cómodo departamento, un trabajo que al menos me da para mis chicles y la escuela que me llevará por fin al sueño de la música, sólo tengo que ajustar algunos tornillos más para permitirme de verdad ser más feliz. O al menos sonreír con más frecuencia.

 

Creo que esto es como los pasos de AA, lo primero es reconocerlo y lo segundo ser muy valiente para hacer lo que haga falta para reparar los errores. Así sea perder cosas o gente en el camino, perder seguridad, perder dinero o cosas materiales, mientras me haga feliz, creo que ya no me importará rendirle cuentas a nadie, más que a mí. Sabré que voy por buen camino cada vez que miré hacia atrás y sonría, o cuando dejé de mirar hacia atrás.

 

Al fin y al cabo, sí que hay veces que el partido se gana en los dos minutos de tiempo de compensación”.

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