No siempre
tomo las mejores decisiones. Sin embargo, me esfuerzo en tomarlas pensadas,
estudiadas, meditadas y sopesadas. Es importante hacerlo porque sostengo el
principio de que somos producto de nuestras decisiones, así que tomarlas así al
azar haría un producto, bruto. O sea que las decisiones a lo pendejo no son
precisamente lo mío, que cabe decir, no es lo mismo que las decisiones
pendejas, esas siempre están por más que uno les quiera dar la vuelta.
Hace un par
de meses más o menos tome una decisión, pensada, estudiada, meditada y
sopesada. La tomé incluso en conjunto, no la tomé yo sola y mi perro y yo
coincidimos en que era una gran idea, sólo que tendría un costo alto, costo que
sin embargo estábamos dispuestas a pagar.
Ahora no lo
sé. Mientras más pasa el tiempo más me cuesta trabajo estar lejos. En vez de
acostumbrarme el síndrome de abstinencia familiar crece y se vuelve más y más complicado
estar lejos. También pienso en cómo es que llegué aquí si creo fervientemente
que quien se aleja de la familia es un miserable que no merece vivir.
Oportunidades hay muchas pero tomar la decisión de alejarte y vivir lejos de tu
familia es como… como renegar de todo lo que eres. Si tienes una familia, de
sangre, de opción, de gusto o yo que sé, es una bendición y no hay nadie mejor
para estar contigo y para entenderte sin explicaciones, irte es medio ruin.
Pero aquí estamos, en ese inter de ser medio ruin a 4 horas de distancia de mi
familia y pensando que quizás cometí tremenda estupidez.
Puedo estar
en las emergencias, en los cumpleaños, en los días importantes y hasta en la celebración
de la nada y de la buena voluntad, pero no tengo ese ímpetu de salir de la
oficina para ir a mi casa. Ni puedo pensar en echarme unas chelitas con mi
hermano ahorita que llegue, o en pasar a ver a mi mamá e igual zamparnos una
pizza de Julius. Y eso me jode. No sé como no le jode a otra gente, como los
que están a horas en avión, no podría vivir esperando que me llamen con alguna
mala noticia y no saber si tendré tiempo de llegar o no. Sí, se siente uno miserable.
Me casé
porque quiero a mi Castor, porque me encanta pasar tiempo con ella y planear
noches de cita que terminan en palomitas en el sillón de la casa porque los
niños se comieron todo nuestro tiempo. Y de pronto estoy en esta situación de
divorcio voluntariamente a fuerza en el que nos vemos los fines de semana y no
es suficiente. A veces vernos todos los días no es suficiente, nos faltan
abrazos, risas, besos, apapachos, plásticas, dilemas, polémica, intercambio de
datos útiles e inútiles y de pronto nuestra vida de casadas se reduce a un 20%.
Es muy difícil y obviamente me lleva a pensar si de verdad lo hablamos lo
suficiente, si lo pensamos lo suficiente, si esto es para nosotros o realmente
somos una familia que no puede estar separada porque físicamente se empieza a
descomponer, como las cosas fuera del refri.
Me da gusto
pensar que somos una familia unida y que nuestros objetivos y metas son estar juntos y superar todo juntos aunque a veces no se pueda. Pensaré que es como una
época de crisis en la que te cuesta trabajo pagar las cosas, pero quizás después todo
se acomode para que no cueste tanto trabajo cubrir las cuotas, y de no ser así,
de empezar a embargarnos los sentimientos, a tener que hipotecar las
sensaciones y a vender los restos de nuestro espíritu para cubrir los costos de
este proyecto, entonces sabremos que no era el proyecto indicado. Hay días buenos
y malos, hoy no fue el mejor, esperemos que mañana todo mejore y que cada cosa
que pase sea para bien de todos, para bien del Cas, para bien de los monstruos, para bien de nuestros adorables vecinos, para bien de nuestro equipo
incondicional y para mi bien. Y en el momento en que no se cumpla el bien de
todo ese grupo la decisión sea una de las más fáciles de tomar, recular y como diría
timbiriche, volver a comenzar.